Al pensar en productos virtuales, la palabra contaminación no suele venir a nuestra mente. Solemos desvincular lo virtual de lo real, aunque sin lo real, lo último no podría existir. Las criptomonedas que funcionan bajo modelos proof of work, o prueba de trabajo en español, requieren necesariamente de procesos que generan altos niveles de dióxido de carbono (CO2), uno de los principales gases responsables del aumento acelerado de la temperatura atmosférica.
Las monedas y billetes tradicionales se emiten y certifican por un Banco Central, quien les da validez y legitimidad. Por el contrario, los activos digitales, como el Bitcoin (BTC), al ser recursos descentralizados, no se apoyan en una autoridad monetaria, sino en un sistema peer-to-peer, es decir, en una red global, interconectada y masiva de usuarios que certifican su valor y participan activamente en su producción.
Actualmente, el BTC es la criptomoneda de mayor circulación a nivel global. Datos de Statista revelan, que hasta el 2020, el BTC dominaba el 66 % del mercado, por encima de otros activos como el Ether (8 %), Ripple (4 %) o LiteCoin (1 %). Mientras que un reporte de Cypto.com, publicado en febrero de 2021, calculó que, de los 106 millones de usuarios de criptomonedas a nivel mundial, 71 millones utilizan BTC.
La gran popularidad del BitCoin recae, en gran medida, en la confianza y eficacia de su sistema operativo: el blockchain, una estructura criptográfica de registro y almacenamiento de datos, en la cual las transacciones y adquisiciones de activos se agrupan en una especie de libros contables virtuales denominados bloques, los cuales se van encadenando cronológicamente.
El sistema blockchain garantiza la seguridad y legitimidad del BTC, lo que hace a la moneda prácticamente imposible de clonar, hackear o corromper. Gracias a la garantía de esta tecnología, la moneda se ha posicionado como la líder en su segmento. Hoy compañías como PayPal, Xbox, MasterCard e incluso Kentucky Fried Chicken aceptan transacciones con este activo, una tendencia que ha ido en aumento tras el auge alcanzado durante la pandemia. Datos de Statista revelan que el número de carteras de blockchain aumentó 54.92 % de marzo de 2020 a mayo de 2021, al pasar de registrar 47.12 millones de usuarios a 73 millones.
A pesar de sus logros y su popularidad, el BTC no es ajeno a imperfectos y críticas. En los últimos años, la criptomoneda ha levantado enormes cuestionamientos por la cantidad masiva de gases de CO2 que genera la producción de sus activos.
El 12 de mayo, Elon Musk, director ejecutivo de la compañía de automóviles eléctricos Tesla, anunció a través de un tuit que la empresa dejaría de aceptar BTC como medio de pago debido a las serias preocupaciones que existen en torno a la moneda por el “uso, cada vez mayor, de combustibles ricos en carbono para minar BitCoins, especialmente carbón, que tiene las peores emisiones del mundo”.
Sin proponérselo, Musk propició una caída acelerada en el precio del BTC, que apenas en abril había alcanzado un máximo histórico de 63,588.2 dólares. Diez días después de su anuncio, el BTC se había depreciado 23.87 %, regresando a cotizarse a los mismos precios que febrero.
Las declaraciones de Musk, y sobre todo, los efectos que tuvieron en el precio de la moneda, pusieron en el ojo público un problema que desde hace un par de años diversos académicos y especialistas ya habían detectado: producir BTC, contamina.
En el universo BitCoin existen dos formas de adquirir activos. Se compran a través de intermediarios como Bitso o CoinBase o se producen a través de un proceso conocido como “minado” o mining, en inglés. Es esta última opción la que llama la atención de los ambientalistas.
El modelo de producción del BitCoin opera bajo un esquema conocido como proof-of-work o prueba de trabajo, en español. Bajo este sistema, los usuarios reciben la misión de resolver una operación matemática compleja, necesaria para generar un BTC. La tarea está a disposición de todos los usuarios, pero son aquellos con los conocimientos y las herramientas técnicas necesarias los que aceptan el reto de solucionar exitosamente el algoritmo antes de que otro usuario lo haga, ya que el primero en resolverlo es recompensado con el BTC en cuestión, es decir, se le otorga una especie de salario por su trabajo.
El problema yace en que los algoritmos a resolver aumentan en dificultad entre más usuarios compitan entre sí para “minar” un BTC. Entre más usuarios, más complejo el algoritmo y así el “minado” que en un inicio podía realizarse por una persona desde la comodidad de su casa, hoy se lleva a cabo en “granjas”, en donde enormes computadores especializados se dedican a resolver las operaciones las 24 horas del día, los siete días de la semana, los 365 días del año.
La exigencia del minado actual, cada vez más complejo por el constante aumento en el número de usuarios, requiere de cantidades de energía masivas, lo que ha disparado el volumen de emisiones de gases contaminantes del BTC.
Datos del Bitcoin Energy Consumption Index de DigiEconomist, revelan que hoy en día para minar un solo BTC son necesarios 1,285.24 kilovatios de luz, lo equivalente al consumo de energía de un hogar estadounidense promedio durante 44 días. La cantidad de energía requerida por el BTC, ya supera a la de naciones como Kazajistán o Países Bajos al utilizar 120.73 teravatios por hora al año, lo que se traduce en una generación de 57.35 millones de toneladas de CO2 anuales, las mismas que las emitidas por Libia, por ejemplo.
El problema, sin embargo, es más profundo, ya que no solo recae en el BTC. Gran parte del minado se lleva a cabo en países donde la generación de energía eléctrica no es sustentable y depende de fuentes fósiles como el carbón.
De acuerdo con el Bitcoin Electricity Consumption Index de la Universidad de Cambridge, el 65 % del minado de BTC se realiza en China, en donde, el 70 % de la producción eléctrica proviene del carbón. A nivel mundial, sin embargo, la situación no es mejor, el 63.3 % de la energía que consumimos proviene de energías fósiles como el petróleo, el gas y el carbón, y solo el 36.7 % de otras fuentes con menor impacto ambiental como la nuclear, hídrica, solar, eólica, entre otras.
Los reclamos de Musk y los ambientalistas tienen fundamentos sólidos. Minar BTC sí ha derivado en mayores niveles de contaminación. Irán, donde se concentra el 3.82% del minado mundial, ya identificó a las granjas de BTC como una de las principales causas de los apagones en el país y está tomando medidas para cerrar y confiscar las computadoras de granjas clandestinas.
Combatir las emisiones de los cripto activos es fundamental para cumplir con los objetivos del Acuerdo de París. Empresas como Tesla y organizaciones como GreenPeace están abandonando el BTC como parte de sus compromisos con el planeta. Algunas corporaciones como Génesis Bitcoin operan ya sus granjas en países donde la electricidad proviene de fuentes sustentables. Mientras que organizaciones como la Energy Web Foundation están convocando a las empresas a unirse al Crypto Climate Accord, una alianza privada cuya meta es que la industria alcance una tasa cero para 2040.
La solución más rápida y eficiente sería que BitCoin abandonará el modelo proof-of-work, y en su lugar adoptará uno más sustentable como el proof-of-stake, o prueba de participación, como Ethereum ya indicó haría.
Una vez la moneda más atractiva, hoy el BTC está padeciendo los efectos que los inversionistas como Musk están generando debido a su impacto ambiental. Su precio sigue cayendo, y ante alternativas más sustentables y otro tipo de activos digitales, como las CBDC, el futuro del BTC es incierto. La pregunta está en cómo evolucionará la moneda en una época marcada por la acelerada adopción de las tecnologías, pero también por una creciente exigencia ciudadana a la responsabilidad social y ambiental de las empresas y sus productos.