Sindicatos, decepción y oportunidades desperdiciadas

Ubica el devenir histórico de estos organismos y la deuda que tienen con la sociedad

México, desde sus cimientos se irguió y creció dividido. Con el surgimiento de esta nación hasta el día de hoy, dos bandos han sido los principales actores o “destructores” de la historia. Por ejemplo, los aztecas frente a los tlaxcaltecas; o los indígenas peleando con los conquistadores, el masiosare español que llegó desde el océano a invadir estas tierras; más adelante la batalla la protagonizaron los mestizos, los indios, los saltapatrases, los zambos y los peninsulares; y luego el invasor Estados Unidos de América atacando a la recién nacida patria; posteriormente conservadores enfrentando a liberales; mexicanos resistiendo a los franceses; la Bola confrontando a los federales; maderistas contra huertistas; y otra vez todos peleando con los estadounidenses; carrancistas y zapatistas; el gobierno y los cristeros; México y las petroleras extranjeras; estudiantes versus el Estado; militares resistiendo a los narcos; y todos en contra de la restauración nacional.

Pero de todas estas disputas, existe una silenciosa, que incluso se libra con parsimonia y entre bostezos, por tediosa y prolongada, por eterna y previsible, a la que se le conoce como la lucha de clases; se trata de un combate sin confrontación, un movimiento inmóvil, una realidad ficticia.

La perenne polarización que distingue y caracteriza a la sociedad ha sido la causa de los interminables conflictos y las guerras fratricidas que han ensangrentado esta tierra. Viven propios y ajenos divididos por una brecha que los separa, ya sea por cuestiones económicas, políticas, ideológicas, sociales, culturales, religiosas, o deportivas.

La conciliación nacional suena a utopía, a proyecto imposible e inalcanzable. Pareciera ser que no existe un antídoto que calme la avidez de violencia, sangre y trinquete.

Para esconder tanto pesimismo, quienes se han encargado de redactar la historia, han hurgado entre los escombros para encontrar uno que otro acontecimiento positivo del pasado con el cual poder adornar los libros de texto. Y en estos, además de un sinfín de errores ortográficos, se pueden hallar algunos sucesos en los cuales el mexicano venció.

Así es. También existen héroes que han regalado gloria y han dejado su marca en el país. No son pocos los triunfos que se han alcanzado como nación. Empero, muchos de ellos han devenido en desencanto.

Una de las figuras más representativas es el sindicalismo. Ello por todo lo que representa, como la lucha que tuvieron que emprender para encumbrar a la clase obrera y dotarla de dignidad; las vidas que costó para sacar adelante el artículo 123 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, y la sangre que se derramó para que a los trabajadores se les reconociera el derecho a asociarse y los medios de lucha como la huelga.

No obstante, los sindicatos desencantaron. No una vez, sino varias; ya que en diversas ocasiones pudieron reivindicarse ante la clase trabajadora y la población por múltiples oportunidades que se les fueron presentando para redimirse y las cuales desperdiciaron reiteradamente.

¿Ha desilusionado el sindicalismo nacional? ¿de verdad se le han presentado oportunidades que de haberlas tomado la sociedad le hubiese concedido el ansiado indulto histórico? o por el contrario, ¿cumplen cabalmente con sus funciones? ¿luchan y se plantan frente al empleador para demandar incansablemente mejoras en las condiciones de trabajo de sus agremiados? ¿supieron aprovechar los líderes sindicales su influencia política y poderío para beneficiar a sus centrales, casas y confederaciones?

Resulta indubitable que el acontecer del sindicalismo no es un melodrama, una tragicomedia política y social protagonizada por villanos y héroes; claro está que el contexto de este universo, como el de todos, se dibuja con claroscuros y matices, y por ello no se le puede analizar ni criticar de forma maniquea ni simplona.

Por consiguiente, dejando claro que se tiene la conciencia de la existencia de excepciones que bien representarían la confirmación de la regla, se adelanta que esta disertación se enfocará principalmente, para evitar generalizaciones, en la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y en las grandes y viejas organizaciones gremiales como la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC), la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) y la Confederación General de Trabajadores (CGT).

Esto no significa que se ignorarán otras, pero se insiste que la orientación del análisis será en dirección a las ya apuntadas y sus similares, su trayectoria, logros, desengaños y tropiezos, por ser estas las más grandes e importantes.

Concepto

Para empezar a hablar sobre este tema, resulta pertinente y necesario partir desde la acepción de sindicato. Es decir, se debe iniciar por desentrañar su contenido semántico y aclarar el significado de esta palabra que tantas ideas contradictorias genera entre la opinión pública y la gente en general.

Según Néstor de Buen: “la palabra sindicato, que ha sido tomada del francés, encuentra videntes antecedentes en Grecia y Roma”, y que a su vez, continúa el jurídico mexicano citando a García Abellán, “deriva del griego sundiké y significa justicia comunitaria o bien idea de administración y atención de una comunidad1”. Más adelante, De Buen, en su libro “Derecho del Trabajo. Tomo Segundo”, en el Capítulo LVI, subtítulo 2., cita diversas definiciones doctrinales de sindicato y de estas, se considera importante desprender las siguientes características:

  • se trata de una unión libre (Cabanellas)
  • reúne a personas vinculadas entre sí por lazos profesionales (Cabanellas, García Abellán, Pérez Botija, Pozzo, Alonso García)
  • institucional (García Abellán y Pérez Botija)
  • permanente (Cabanellas, Pozzo y Alonso García)
  • busca la defensa de los intereses de sus miembros y la mejoría de sus condiciones económicas y sociales (Cabanellas, Pérez Botija, Pozzo y Alonso García)
  • intenta, especialmente, mejorar el trabajo de sus miembros (Pozzo), y
  • procura la regulación colectiva de las condiciones de trabajo (Alonso García)2

Posteriormente, el mismo autor define al sindicato como “[…] la persona social, libremente constituida por trabajadores o por patrones, para la defensa de sus intereses de clase”3.

De lo anterior surgen las siguientes interrogantes: ¿qué tan lejos se encuentra la realidad fáctica del sindicalismo en México en relación con su realidad doctrinal o filosófica? ¿qué tan amplia es la brecha que separa a la teoría de la práctica en esta materia? ¿De verdad son uniones libres? ¿son los lazos que relacionan a las personas sindicalizadas, vínculos meramente profesionales? ¿es institucional? ¿verdaderamente persiguen la defensa de los intereses de sus miembros y pelean por conseguirles a estos mejoras económicas y sociales? ¿su propósito es en realidad mejorar el trabajo de sus agremiados? ¿procura la regulación colectiva de las condiciones de trabajo? ¿se puede hablar de “intereses de clase” en pleno siglo XXI?

Pérdida del sentido del sindicalismo

Desafortunadamente, en la actualidad se ha venido difuminando aquella frase romántica que, rayando en lo poético, escribió el maestro de la Cueva en relación con el sindicalismo: “La libertad sindical es la conquista más bella del movimiento obrero en el siglo pasado”4. Y es que estas organizaciones, tras la conquista, luego de obtener el anhelado triunfo, se dedicaron a dilapidar esa belleza de la que hablaba el citado jurista mexicano experto en derecho laboral. Actualmente, más que héroes de una lucha, los líderes sindicales, en su mayoría, son hombres poseídos por la obsesión del dinero y del poder.

Si bien es cierto que los dirigentes inolvidables de la historia del sindicalismo, Fidel Velázquez, Alfonso Sánchez Madariaga, Jesús Yurén Aguilar, Fernando Amilpa Rivera y Rafael Quintero, al inicio de sus carreras, desafiaron al líder Luis N. Morones por repudiar la falta de democracia dentro de las casas obreras y las incesantes reelecciones de los dirigentes que presidían tanto la CROM como la Federación de Sindicatos Obreros del Distrito Federal; también lo es que todos y cada uno de ellos en el futuro acabaron deviniendo en líderes vitalicios, marchitos y oxidados al frente de sus agremiados, tal y como en el pasado se convirtió aquel cabecilla que retaron y al que dieron la espalda por perpetuarse en el poder y permitir que los suyos hicieran lo propio.

Consecuentemente, resulta decepcionante que jóvenes con ideales de libertad y democracia sindical se hubiesen dejado pervertir por las bondades del poderío político, la opulencia y la corrupción cuando ascendieron al frente de sus agrupaciones.

Es una pena que tanto entusiasmo democrático, tanta avidez de justicia social, naufragaran en el desengaño y la desilusión. Todo había comenzado muy bien.

De acuerdo con De Buen: “La CTM era un cuerpo revolucionario, cuyo lema era el grito de combate del marxismo: por una sociedad sin clases, en tanto hoy su postura es claramente conformista, de tal suerte que su preocupación es el mantenimiento del orden social y económico actual, con las modificaciones, en beneficio de los trabajadores, que no impliquen cambios substanciales en el sistema capitalista que vivimos”5.

¿Qué giro tan drástico dio el rumbo de la CTM?. Empezó como una confederación obrera revolucionaria, con sentido social, con consciencia de clase, con ánimo de lucha y disposición reivindicativa de los derechos de los colaboradores.

Sin embargo, con el paso de los años se transformó en sindicalismo corporativo, maquinaria electoral, plataforma política, estampa de papel para la mayoría; todo menos un sindicato real. Al grado que, su penúltimo dirigente, Joaquín Gamboa Pascoe, en palabras de Néstor de Buen, fue: “el más burgués de los miembros de la CTM”6. Y no porque el problema sea el calificativo de burgués, el cual en este siglo parece un anacronismo. Empero lo que sí resulta alarmante es que el líder en cuestión encarnó un liderazgo ajado, marchito, oxidado, al igual que las formas y los modos de la estructura que presidió.

Aunado a lo anterior, si bien existe otro tipo de sindicatos en el país, otra tendencia, la denominada corriente sindical independiente y libre, en palabras de De la Cueva: “[…] representa, al menos en la teoría y aun por sus luchas, los anhelos de libertad de la clase trabajadora”7.

No obstante, los gremios que se hacen llamar a sí mismos independientes y que se jactan de ser paladines de la libertad y la independencia sindical como el de electricistas, por dar un ejemplo, también se han visto involucrados en movilizaciones políticas, realizando proselitismo a favor de candidatos a diputaciones, senadurías e incluso a la presidencia.

Por consiguiente, pareciera ser que el vicio del corporativismo, cual humedad, se ha venido permeando en todas las organizaciones, envileciéndolas y corrompiéndolas por la avaricia de sus dirigentes y su insaciable necesidad de poder político y económico.

Esto parece tan real, que se antoja imposible poder encuadrar a los sindicatos actuales en una sola de las modalidades que existen:

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 -  (Foto: Redacción)

¿Qué ente de esta naturaleza no se dice encabezar la lucha de clases en el país, aunque sea con alaridos cargados de demagogia sobre un estrado en un 1o. de mayo? ¿cuál de estos en la actualidad no es aliado electoral de algún partido político? ¿quién no negocia con empresas? ¿qué gremio al día de hoy no se subordina al Estado si se le llega al precio? ¿qué organismo no se jacta de ser democrático? ¿qué asociación no se subordinaría a la gerencia y permitiría ser vigilado a cambio del monto adecuado? ¿qué unión tiene en la actualidad relación directa con sus subordinados y genera confianza en estos? ¿qué agrupación no acude a la violencia con tal de beneficiarse por encima de otro?  y ¿cuáles no lucran?

Partiendo desde esas interrogantes, es sencillo acomodar a todos los sindicatos nacionales en cada uno de los modelos descritos. Pareciera que tienen un poco de todo. Porque han preponderado el dinero y los valores pecuniarios sobre las necesidades de los colaboradores y el interés colectivo de la clase obrera, y esto los ha debilitado y los ha vuelto flexibles, palabra antitética de los derechos laborales del trabajador y sus valores.

En años más recientes, volvió a gestarse una bifurcación, una división entre los sindicatos de México. A finales del siglo XX, el 28 de noviembre de 1997, se formó la Unión Nacional de los Trabajadores (UNT), “hoy encabezada por los sindicatos de telefonistas (STRM), de trabajadores del Seguro Social (SNTSS) y por el sindicato universitario (STUNAM)”8, cuyos dirigentes son Hernández Juárez (35 años al frente), Vega Galina—ahora Vallejo Barragán— y Agustín Rodríguez (20 años al frente) respectivamente.

Esta coalición de sindicatos se generó para poderse desvincular del Congreso del Trabajo y en especial de la CTM, para distinguirse de estas agrupaciones corporativas y poder marcar una diferencia.

Sin embargo, casi 20 años después de esto, los tres líderes mencionados se siguen reeligiendo y seguramente lo seguirán haciendo hasta languidecer en el puesto.

Otra vez la falta de democracia sindical resalta como el problema moral y político más grave junto con la problemática real que representan la corrupción, el hurto, los abusos, la manipulación, la extorción, el chantaje y el saqueo.

Coyunturas de cambio que se diluyeron

A pesar de lo expuesto, y aunque el desprestigio y el escarnio son pan de cada día para los sindicatos y sus líderes, durante el siglo XX en distintas ocasiones se les presentaron una gama de oportunidades para librarse de tanta infamia y deslustre ante los ojos de la sociedad; esas ventanas se les manifestaron reiteradamente, pero jamás supieron aprovecharlas, como si la exoneración popular les fuera indiferente; no les importara cargar con tanto oprobio o si ignoraran que materializan la ignominia. ¿Por qué? quizás porque el vilipendio no afecta lo suficiente como beneficia y les place el despilfarro de dinero a raudales, así como el ejercicio del poder ilimitado; tal vez porque tanto cinismo les arrebató la vergüenza a los más importantes dirigentes sindicales.

La primera oportunidad real que se le presentó al sindicalismo mexicano para reivindicarse políticamente fue en el año de 1968, durante las movilizaciones que suscitaron la violencia a estudiantes; la violación a la autonomía de la Universidad Nacional Autónoma de México; la falta de democracia; el autoritarismo y la falta de libertad que imperaban en el país.

Las grandes agrupaciones sindicales fungían más como maquinarias electorales, que como sindicatos genuinos. Sin embargo, cuando la juventud mexicana se sublevó, pudieron estas confederaciones unirse a los estudiantes, marchar a su lado, junto a ellos, apoyarlos, ondear las mismas banderas, corear los mismos eslóganes; más no lo hicieron, al contrario: les dieron la espalda.

Incluso se dice que el líder obrero Fidel Velázquez opinó que la represión contra los cientos de miles que protestaban legítimamente se había tornado “urgente y necesaria”9. Y la opresión estudiantil vino, como una de las peores tragedias de nuestra historia. Y a los sindicatos se les premió con la LFT de 1970, que representó, en opinión de Néstor de Buen, “un cambio, para no cambiar”10.

20 años después, cuando se habló del fraude electoral en contra de la quimérica democracia mexicana, el cual tuvo como fruto la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, los importantes sindicatos nacionales volvieron a guardar silencio frente al aparente ultraje político; y en vez de repudiar este suceso y hacer filas con las mayorías y la sociedad consciente, se alinearon con el gobierno. Así aseguraban por seis años más las prebendas que obtenían; los privilegios políticos y los escaños en el congreso; además de garantizar el goce de la impunidad y la falta de transparencia para nunca rendir cuentas a nadie.

Posteriormente vino la transición al modelo económico neoliberal y la ruptura del “Pacto Social” que se creó entre todos los mexicanos con el “triunfo” de la Revolución Mexicana. El nuevo modelo trajo consigo un recrudecimiento en las penurias laborales imperantes entre la clase obrera, al igual que una intensificación en la inseguridad laboral.

Era el momento de los tecnócratas, del capital, del fervor modernizador y capitalista. Habían quedado sepultados los valores revolucionarios, sobre estos conceptos y se levantaron otros como el individualismo, el liberalismo económico, y el capitalismo.

Asimismo, se “gestó” una nueva clase social: “el precariado”, término que el ex experto de la Organización Internacional del Trabajo, Guy Standing, popularizó para hablar de una “nueva clase emergente” –“ class-in-the-making”–, “distinta al proletariado”, “atomizada” y “unida sólo por el miedo y la inseguridad” (El precariado, la nueva clase peligrosa, 2011)11.

Sin embargo, también existen críticas en contra de denominar como nueva clase trabajadora a los colaboradores “precarios”. En su texto, Maciek Wisniewski, yuxtapone la hipótesis de Standing junto con la de sus críticos, y cita a otros autores como Richard Seymur que considera que el término “precariado” es impresionista y poco convincente como para poder ser considerado una nueva clase social.

A unas conclusiones parecidas llegó Jarek Urbanski, sociólogo polaco y activista sindical, en su nuevo libro (Prekariat i nowa walka klas/El precariado y la nueva lucha de clases, 2014), en donde argumenta que lo que cambia no son las clases, sino las estrategias del capital para dominar al trabajo y moldearlo según sus necesidades y ciclos productivos, ocasionando –también mediante la precarización– la recomposición de los subordinados (confundida a menudo con su “fin”).

Apoyándose en la “teoría de la composición de clase”, que enfatiza el tema del conflicto, subraya que los cambios dentro del sistema no son solo resultado del avance del capital, sino también de la reacción de los subordinados, que pasan por un proceso constante de transformación. Así, los colaboradores precarios no emergen como una “clase nueva”, sino que son el fruto de una fase (neoliberal) de la lucha de clases.

Independientemente de si con el neoliberalismo se creó una nueva clase social o no, es indudable que este conjunto de políticas económicas afectó a la gran mayoría de trabajadores mexicanos, a las finanzas familiares y al tejido social.

Tomando esto en consideración, y aunado a que los sindicatos se supone representan el interés de la clase obrera, la lucha de clases y el contrapeso frente al capitalismo, se habría esperado que protestaran durante los cambios que se vinieron dando en el país para transitar al modelo neoliberal, transición que se consumó con la firma del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLC).

No obstante, cuando sucedió esto, el sindicalismo nuevamente calló. Jamás se opuso efusivamente en contra de la firma del TLC ni del cambio en el modelo económico. Simplemente atestiguó de brazos cruzados cómo México paulatinamente hacía de lado las victorias sociales y obreras conseguidas a lo largo de su historia, y se preparaba para convertirse en un país neoliberal.

Alguna vez escribió el doctor Baltasar Cavazos Flores, que: “Se afirma que el derecho del trabajo, al renovarse parcialmente, cambia de manera constante pero sigue siendo el mismo…y es cierto”12. Y concuerdo.

El anquilosamiento en el que se encuentra el derecho laboral es evidente, se manifiesta en todas sus caras. Si bien recientemente la LFT sufrió una reforma que la despojó casi por completo de su carácter social y espíritu de lucha de clases; en materia sindical no se han visto cambios notorios desde hace décadas.

Se habla de enmiendas, modificaciones, limpias, encarcelamientos, pero en realidad los sindicatos siguen despilfarrando recursos; abusando de sus agremiados; prestándose como maquinarias electorales a cambio de prebendas políticas; gozando de grotesca impunidad; protegidos desde el poder para no tener que rendir cuentas ni transitar hacia la transparencia.

Lo anterior representa la gran decepción de la lucha de clases en México, que aunque aparentó triunfar materializando sus victorias en el derecho de huelga, la libertad sindical, las federaciones y confederaciones sindicales; al final casi todos los dirigentes y líderes que encabezaron esta lucha —posteriores a Lombardo Toledano— acabaron por encarnar la desilusión y la vileza.

Conclusiones

Para que las problemáticas de las que adolece el sindicalismo en México cambien, se debe dar, en primer lugar, una restauración drástica dentro de las grandes federaciones y confederaciones sindicales; esta regeneración solamente será posible si los sindicatos se democratizan de manera genuina y real mediante la prohibición de la reelección y del voto a mano alzada para la renovación de sus dirigencias.

Urge, del mismo modo, que se dé un relevo generacional. Ha llegado el momento de que los jóvenes asciendan a los importantes liderazgos gremiales del país. Por otro lado, también resulta fundamental que el sindicalismo empiece a rendir cuentas tanto a sus bases como a la ciudadanía en general. Es estrafalaria la forma en que los dirigentes y sus familiares derrochan fortunas, que seguramente provienen de las cuotas de sus liderados, y las autoridades no hacen nada al respecto.

Además es oportuno resaltar que nuevamente se le ha presentado a estas organizaciones otra oportunidad para lograr la conciliación con la sociedad mexicana. A causa de la terrible crisis de muerte, dolor, decadencia y miseria por la cual atraviesa el país, pareciera conveniente que el sindicalismo haga un llamado a todo el sector de la producción para crear un frente común en contra de la violencia que aqueja a todos los mexicanos.

Es un buen momento para que empleadores y subordinados se alíen, y comiencen a dedicarse a la reparación del magullado ámbito laboral, y al mismo tiempo a dar una buena y nueva cara a la ciudadanía.

Sería agradable ver a nuevos liderazgos sindicales exigiendo junto a los dueños del capital una mejor vida para todos. Porque los sindicatos deben enfocarse en sus trabajadores, los patrones y las autoridades que rigen sus relaciones. No en otra cosa. El día que se dediquen a trabajar para y por sus agremiados, y en conjunto —más no subordinados— con los empleadores, en lugar de ser lacayos y subalternos del Estado y del poder, entonces otra cosa será el universo del trabajo.