Los mercados premian las acciones o prácticas de cuidado del ambiente de las empresas, pero también castigan eventos que significan una catástrofe ambiental, manifestaron especialistas.
El 20 de abril del 2010 sucedió la peor catástrofe ambiental de la historia del siglo XXI. Se trató del incendio de la plataforma Deepwater Horizon, de la empresa de gas y petróleo BP, antes British Petroleum, que generó el derrame de 4.9 millones de barriles de crudo en el golfo de México y causó la muerte de 10 trabajadores.
El costo y las multas para la empresa ascendieron a más de 65,000 millones de dólares y la caída de 3% en sus acciones en la Bolsa de Londres, en las dos jornadas posteriores al evento.
El 9 de julio, Grupo México derramó 3,000 litros de ácido sulfúrico en el mar de Cortés, uno de los mayores desastres de la compañía.
Por ahora le ha valido la clausura temporal de las instalaciones en donde sucedió el accidente por no presentar la documentación de autorización de impacto ambiental, mientras que la Semarnat continúa investigando los ya 22 accidentes ambientales atribuidos a Grupo México.
La minera, que cotiza en la Bolsa mexicana, también sufrió el castigo de inversionistas. Tras el evento ecológico del 9 de julio, sus acciones cayeron cerca de 15% en ocho jornadas, lo que representa una pérdida de 63,136 millones de pesos en capitalización bursátil.
“El mercado al final premia o castiga prácticas que benefician al ambiente”, explicó Roberto Ballinez, director ejecutivo senior de Finanzas Públicas e Infraestructura de la calificadora HR Ratings.
Según el sapo...
El entrevistado indicó que, de acuerdo con la magnitud del daño y con la manera en que la empresa maneje el evento, se reflejará la reacción del mercado. Incluso el impacto tiende a minimizarse o sobredimensionarse cuando hay declaraciones, positivas o negativas, de las autoridades ambientales.
Un estudio del 2015 de la Universidad de Adelaida en Australia expone que los accionistas, en promedio, sufren una pérdida de aproximadamente 1.3% en dos días posteriores a algún desastre ambiental del que fueron responsables.
En los primeros días, las pérdidas están relacionadas con la gravedad del accidente, pero los inversionistas podrían tardar en reconocer el alcance del accidente ante la falta de información sobre las implicaciones legales.
BP siguió profundizando sus caídas y el 1 de junio del 2010 sus acciones se desplomaron 13%, borrando 12,000 millones de dólares en valor de mercado, luego de que los inversionistas percibieron que el costo del accidente petrolero sería mayor al previsto.
“Las pérdidas en el mercado de valores son más graves para las empresas con malos registros ambientales y de seguridad”, indica el estudio “Corporate litigation and Changes in the reputation of the CEO: guidance of the US Federal Court trials”.
Eduardo Piquero, director general de la Plataforma Mexicana de Carbono que impulsa las finanzas verdes, explicó que los inversionistas están más atentos en “cómo las empresas previenen o minimizan los accidentes que impactan al medio ambiente, sobre todo en una industria como la minería que por sí misma es contaminante y vulnerable a cometer accidentes”.
Dijo que hay bonos asociados a la remediación de accidentes. El objetivo es que un emisor emita deuda con el fin de remediar un impacto medioambiental negativo.
“El mercado de bonos verdes también financia proyectos para remediar accidentes que dañan al ambiente”, añadió Piquero.
Roberto Ballinez explicó que el mercado de bonos verdes contribuye a reducir daños al ambiente. “Si hablamos de una empresa que tiene un porcentaje de sus acciones en el mercado, hay evidencia de que el mercado premia. Estudios demuestran que una acción tiene más rendimiento en empresas con una vocación verde, aunque no existen estudios de México porque el mercado no es tan profundo”, expuso el director ejecutivo en HR Ratings.
“En el mercado de deuda —agregó— también hay evidencia estadística de que las empresas que colocan bonos verdes pueden tener mejores condiciones de financiamiento (y mostrar) una mejor reputación”.
*Con información de El Economista