Después de 2 años de ausencia volvió la temporada de Verano de la Orquesta Sinfónica de Minería a la Sala Nezahualcóyotl y eso fue una celebración. Regresar a los conciertos presenciales en esa magnífica sala nos hizo ver a varios de los asiduos asistentes cuanto la echábamos de menos. Y qué especial es la Sinfónica de Minería.
Música, ciencia, ingeniería. Cultura y conocimiento que tienen entre sí relaciones más sofisticadas de lo que suponemos los no expertos. Por ejemplo, la ciencia tiene décadas dedicando amplias investigaciones, estudios y literatura al efecto que la música, escuchada o interpretada tiene en el cerebro. Y lo describen como si se encendieran fuegos artificiales en las neuronas de ambos hemisferios.
La popular plataforma de TED (Technology, Entertaiment and Design) tiene en sus versiones en inglés y español un video sobre “Los beneficios para el cerebro de tocar un instrumento musical”, de Anita Collins. Ahí de modo muy gráfico y sencillo nos muestran cómo a través de la música los hemisferios del cerebro se comunican, en el sentido de que funcionan de manera paralela y además se generan conexiones neuronales que difícilmente se logran con otras actividades.
Literalmente el cerebro se enciende solamente con oír música, independientemente del género y siempre que sea del agrado de la persona. Ahora, si lo que se hace es tocar un instrumento, la gimnasia cerebral es superior y el efecto en el cuerpo es similar al de una actividad física completa.
Referir el aprecio y pasión por la música me lleva a exponerles 2 excepciones y un fenómeno, no en sentido despectivo. La anhedonia musical es la incapacidad de la persona para sentir placer con la música, no es curable y la padece 5% de la población mundial, en ellos no hay ninguna reacción cerebral o fisiológica a la música, sea cual sea. La amusia, en cambio, es una afectación que impide reconocer tonos o ritmos musicales afectando al plano emocional y le ocurre al 2% de la población, puede tratarse clínicamente y llega a corregirse.
Noelia Martínez Molina es una investigadora posdoctoral de la Universidad Pompeu Fabra, en Barcelona, que también colabora con la facultad de medicina de la Universidad de Helsinki, en Finlandia. Es una estudiosa del funcionamiento del cerebro con la música, el habla y canto que se enfoca en la capacidad de la música para emplearse en neurorrehabilitación.
Sus artículos están publicados en la revista “Investigación y Ciencia”, en la sección de neurobiología de la música y el lenguaje y pueden leerse en la página de internet de la revista, los que refiero fueron publicados entre enero y marzo de 2017.
La doctora Noelia ha escrito un par de artículos de fácil lectura y comprensión respecto a la anhedonia musical, amusia y la musicofilia, este último es un término que dio a conocer el neurólogo Oliver Sacks, al publicar en el año 2007 un libro de ensayos sobre la historia clínica de distintos pacientes cuyos cerebros tenían reacciones inusuales con la música y el canto. Y se abre la pregunta sobre si, ¿un accidente fuerte puede dejar una atracción y talento inusual para la música?
Sacks narra el caso de un hombre que recibe el impacto de un rayo estando en una cabina telefónica durante una tarde lluvia. Sobrevive a la descarga eléctrica y entonces su cerebro comienza a manifestar una atracción irresistible por la música de piano, oye todo lo que está a su alcance. Y no conforme con ello, busca partituras y el azar hace que un piano llegue a su casa de manera temporal. Y a partir de ese instante, todo el tiempo que le es posible está tocando el piano hasta lograr maestría.
“Musicofilia: relatos de la música y el cerebro” se llama el libro de Sacks y fue un New York Times bestseller; con historias de personas cuyos cerebros hacen de la música su cura, como en algunos casos de amnesia severa, o una obsesión que llega a imposibilitar a la persona de una vida estándar con relaciones familiares y sociales.
Conocí el caso de un joven que después de muchos análisis y tratamientos por una enfermedad difícil de diagnosticar y que le imposibilitó caminar por casi un año, recuperó su movilidad y sorprendió a la familia con un fuerte interés por el piano, cuando nunca había ido ni a clases de música. Al poco tiempo fallece una tía abuela y le hereda a la mamá su piano. Y cuando el joven se sienta por primera vez frente al instrumento, comienza a tocarlo como si lo hubiera estudiado de años tras. Tan increíble como inexplicable. Así puede ser el cerebro humano.
Los melómanos son quienes motivados por la pasión a la música se convierten en especialistas, auténticos expertos en compositores, épocas y melodías. Pero no es indispensable ser un melómano para experimentar el “escalofrío musical” que la doctora Noelia Martínez explica desde la neurociencia cognitiva como un excelente indicador fisiológico de que una persona está experimentando placer con la música que más le gusta.
Y ahora, hablemos de música e ingeniería, en particular de aquellos ingenieros mexicanos gracias a los cuales tenemos la Orquesta Sinfónica de Minería, OSM, que tiene su temporada cada año en los meses de julio y agosto. Esta orquesta es resultado de la Academia de Música del Palacio de Minería, una asociación civil donde cada director de la Facultad de Ingeniería de la UNAM es Vicepresidente honorario, siendo el rector de la UNAM el Presidente Honorario. Con ellos hay decenas de socios, consejeros y fundadores. Muchos destacados ex alumnos de la Facultad de Ingeniería presentes en la Academia de Música y como integrantes del consejo consultivo de la OSM.
Si han estado en alguno o varios conciertos de la OSM coincidirán en que su director Carlos Miguel Prieto tiene un carisma y una expresión que es parte de la experiencia musical en cada concierto, así como la principal de timbales Gabriela Jiménez atrae la atención por la manera en que goza cada pieza en la que participa, dando pequeños saltos y llevando el ritmo con todo su cuerpo. Por algo tiene su porra en la sección del Coro.
La ingeniería también está presente en la sala de conciertos Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario con su acústica extraordinaria en toda la sala y capacidad para 2,311 espectadores, aunque hay un “rumor” de que la mejor butaca para los conciertos está en la fila k del Primer Piso.
Imaginen la sala Nezahualcóyotl casi llena, digamos 2 mil personas y cada una teniendo una experiencia particular respecto a la obra que se interpreta. Todos van a vibrar, sus cerebros van a encenderse pero lo que yo puedo imaginar u observar durante el concierto es distinto a lo que experimentan las personas al lado mío. La música permite esa relación personal con quien la escucha.
Comparto algunos momentos especiales de esta temporada recién concluida, como cuando el guitarrista Pablo Sainz Villegas nos explicó a los asistentes con sus palabras la historia que da origen a la composición de Joaquín Rodrigo, el famoso “Concierto de Aranjuez”. Y que trata de la luna de miel con su esposa (primer tiempo), el aborto espontáneo de su primer hijo y el riesgo de muerte de su esposa con dolor, coraje y desesperanza (segundo tiempo) y la aceptación a lo sucedido y la paz como reconciliación con Dios (tercer tiempo).
Al terminar esa pieza Sainz Villegas vuelve a sorprender al público cuando antes de tocar un solo pide que al concluir no se le aplauda sino se guarde silencio, porque es en el silencio donde se crea la música.
Luego tuvimos a dos compositoras contemporáneas brillantes, la nórdica Kaija Saariaho con una pieza de solamente 5 minutos, “Asteroid 4179:Toutatis” un estreno en México. Música interplanetaria que a los fans de Odisea 2001 o Star Trek puede entusiasmarnos. El nombre de esta pieza es en honor al asteroide que del mismo nombre fue descubierto en 1989 y rota al sol.
Y mi favorita, Gabriela Ortiz, compositora mexicana que incorpora en sus composiciones instrumentos tradicionales como la quijada de burro, su obra Téenek de solamente 7 minutos es profunda y me provocó el llamado escalofrío musical.
Hubo otras dos obras, de mayor duración y que solamente deberían escucharse en vivo por lo majestuoso que resulta la orquesta en vivo. De ambas hay que conocer sus más representativas anécdotas para comprender el reto y el sentimiento al componerlas.
La Sinfonía número 6 en si menor Opus. 74, conocida como “Patética” de Piort Ilich Tchaikovsky, cuyo nombre de referencia es por el gran sentimiento que involucra la composición y en cuya historia, a los nueve días de haberse estrenado en el año 1893, Tchaikovsky es obligado a cometer un “suicidio de honor” bebiendo un vaso de agua contaminada que le contagió de cólera y falleció. Ese suicidio fue para evitar que se conociera su homosexualidad y salvar su reputación y obra. Tremenda historia que parece haber quedado expresada en esta última composición, que además, escucharla después de los años de pandemia que hemos sufrido todos hace inevitable recordar a los que ya no están.
Por último, y además fue el cierre de esta temporada con la OSM, ¡la Novena sinfonía de Beethoven! Un canto de alegría y fuegos artificiales en los cerebros de todos los asistentes. La Sinfonía número 9 en re menos, Opus 125, conocida como “Coral” es muy conocida por películas como “Naranja Mecánica” de Stanley Kubrick y muchas otras dónde toman fragmentos que se han hecho populares, como el conocido “Himno a la alegría”, que es el cuarto movimiento de esta sinfonía. No se imaginan la ovación del público a la Orquesta Sinfónica de Minería al terminar la pieza. Y la anécdota indispensable es que Beethoven ya estaba sordo al componerla y el día del estreno estaba sentado de espaldas al público, por lo que no escuchaba la reacción del público, así que una soprano solista tuvo que voltearlo para que viera la ovación que en pie le estaba obsequiando el público.
Concluyo con un agradecimiento a los ingenieros, científicos y músicos que hacen posible que el mundo se llene de notas musicales.