La ética es un pilar esencial en cualquier proceso tributario. Como lo define la Universidad Nacional de La Plata, la ética en el ámbito fiscal se refiere a la conducta moral socialmente aceptada, con responsabilidad y solidaridad en una comunidad.
En México, los impuestos financian áreas cruciales como la educación de 35 millones de estudiantes, la seguridad, la justicia y la infraestructura, entre muchos otros rubros. Sin embargo, un aspecto a considerar es que, de los 64.1 millones de contribuyentes activos, solo 12,349 se consideran grandes contribuyentes, aquellos con ingresos superiores a 1,250 millones de pesos anuales, que aportan más del 50% de los ingresos fiscales del país.
Por otro lado, los ingresos tributarios de México representan el 24.5% del PIB, considerando tanto ingresos tributarios como no tributarios, así como los provenientes de las empresas productivas del Estado. Este porcentaje es menor al promedio de los países de la OCDE, que es del 34%. Esto evidencia que aún hay camino por recorrer para mejorar el cumplimiento fiscal y alcanzar estándares internacionales más elevados.
En este contexto, la ética en la negociación fiscal adquiere una relevancia aún mayor. Las empresas, al mantener una comunicación abierta y transparente con las autoridades fiscales, no solo cumplen con sus obligaciones legales, sino que también fortalecen su reputación y relación con la sociedad.
La transparencia en las transacciones fiscales ofrece beneficios para ambas partes: las empresas logran estabilidad financiera y una mayor confianza por parte de inversionistas, clientes y socios; al mismo tiempo, el gobierno asegura una recaudación justa para financiar el bienestar colectivo.
Uno de los aspectos críticos donde la ética fiscal se vuelve indispensable es durante las auditorías o revisiones fiscales. En lugar de buscar atajos que puedan poner en riesgo la estabilidad de la empresa, optar por una intermediación justa y equitativa con las autoridades fiscales puede resolver disputas de manera más eficiente y sin los costos que conllevarían litigios prolongados. Las negociaciones éticas permiten, además, una planificación estratégica a largo plazo, especialmente en temas complejos como los precios de transferencia o tratamientos fiscales específicos para determinadas transacciones.
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La gestión fiscal ética no es solo una obligación legal, sino también una estrategia empresarial inteligente. Las empresas que adoptan esta postura no solo se posicionan como líderes responsables en sus sectores, sino que también minimizan los riesgos financieros. Una gestión transparente y honesta reduce la probabilidad de sanciones fiscales, litigios costosos o pérdida de oportunidades en el acceso a créditos y financiamientos preferenciales. Todo esto contribuye a una mayor estabilidad financiera y a una imagen empresarial sólida en el mercado.
De hecho, el beneficio más palpable de una negociación ética es su impacto directo en el retorno de inversión (ROI). Cumplir adecuadamente con las normativas fiscales no solo permite ahorrar en costos de litigios o sanciones, sino que también mejora la eficiencia financiera, lo que se traduce en una mayor capacidad de reinversión en áreas clave para el crecimiento de la compañía. Además, una empresa que se adhiere a los principios éticos refuerza su relación con la sociedad y asegura su sostenibilidad a largo plazo.
Al final del día, una negociación fiscal ética no solo previene problemas legales, sino que es un pilar fundamental para construir un entorno empresarial más justo y sostenible. En tiempos donde la transparencia y la responsabilidad social son elementos esenciales para las empresas, comprometerse con una gestión fiscal ética fortalece la competitividad, la confianza de los inversionistas y la estabilidad a largo plazo. Las empresas que eligen este camino no solo aseguran su éxito individual, sino que contribuyen al desarrollo de una sociedad más equitativa y próspera, en la que todos —empresa, gobierno y ciudadanos— se benefician.