El compliance es parte principal del control de riesgo de las compañías, por lo que se sitúa bajo la responsabilidad directa de la más alta dirección.
En un mundo globalizado, como en el que vivimos, se dificulta aún más el papel del compliance, porque no solo se circunscribe a las legislaciones domésticas, sino que obedece a exigencias de organismos internacionales.
Por ello en un entorno regulador cada vez más complejo se vuelve insostenible no contar con un oficial de cumplimiento; peor aún, las directivas imperantes en las nuevas legislaciones no se acotan únicamente al ámbito regulador, sino que definen un espíritu que se refleja en la operatividad de la compañía.
De ahí que sea normal que se confunda esta herramienta con la auditoría, pues ambos se centran en un examen crítico y sistemático realizado a un sistema o una empresa, es más, parece que los errores sobre el acatamiento de las normas se encuentran solo después de que se efectúa una auditoría.
Sin embargo, el compliance busca contar con procesos continuos y supervisados sobre la satisfacción de las exigencias legales y regulaciones, fincando un parámetro de riesgo; mientras que la auditoría únicamente resuelve, de forma reactiva y sin continuidad, la inobservancia regulatoria.
La forma en que se erige el área de compliance depende del tamaño de la corporación, de su naturaleza, complejidad y la extensión geográfica de su actividad, junto con el marco legal y regulatorio bajo el que opere.
Como puedes observar el compliance como parte del gobierno corporativo, permite mantener una constante valoración de los eventos potenciales que pueden afectar a la compañía, posibilitando sopesar las oportunidades que sobresalen de esos riesgos identificados y lograr así decidir si son o no necesarios para los negocios de aquella.
De ahí que sea básico que conozcas con profundidad esta figura a través de la consulta del tema “Mejor cumplir que lamentar”.