Hay varias formas de definir a los dividendos; en palabras sencillas son la parte expresada en dinero del beneficio obtenido por una sociedad mercantil que se atribuye a cada socio en proporción al capital que este desembolsó.
En este caso nos abocaremos a una sociedad anónima. Este tipo de sociedades puede repartir vía dividendos todos sus activos con el límite de su capital social y el fondo de reserva que establece como obligatorio la Ley General de Sociedades Mercantiles.
No obstante, no todas las sociedades distribuyen de una manera constante dividendos, en tanto que la principal fuente de fondos para nuevas inversiones son las propias ganancias de la sociedad.
Si una sociedad dispone de sus ganancias en dividendos y quiere invertir o tiene adeudos, tendrá que acudir a fuentes de financiamiento externo que pueden, en algunas ocasiones, conflictuar las finanzas de la empresa.
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Cuándo no distribuir dividendos
Si la empresa no opta por distribuir dividendos, sino que estos queden en el patrimonio de la sociedad, esto puede tener como consecuencia que se incremente el valor de sus acciones. Así, la sociedad puede invertir sus ganancias de una manera más rentable o atractiva, en caso de que no sea así repartirá dividendos.
En el caso de sociedades que han salido al mercado de valores para obtener capital para crecer, suelen invertir sus ganancias en la recompra de sus acciones, lo que implica dar confianza a sus accionistas y al mercado.
Se ha observado que las sociedades que no cotizan en mercados de valores son las que menos reparten dividendos, ya que los socios obtienen ganancias de la sociedad, por otras fuentes como son ofrecer servicios profesionales a la propia sociedad, ser su trabajador e inclusive vía arrendamiento de sus inmuebles.
En cambio, las sociedades que cotizan en bolsa suelen repartir dividendos periódicamente, esto obedece a que quienes invierten en ellas desean recibir de una manera más oportuna sus ganancias.
Si bien las políticas corporativas son tan variadas como el manejo de las sociedades, un reparto regular y justificado de las utilidades de la sociedad vía dividendos, garantiza a los accionistas la certeza de que su inversión está trabajando.
La doctrina recomienda que una buena decisión sobre el no reparto de dividendos debería considerar como regla el reparto de estos y como excepción su atesoramiento, ya que su reserva sin justificación financiera crea conflictos internos en la sociedad y afecta en gran medida a los socios minoristas.