En la actualidad lo menos que se espera de un alto directivo es que tenga aptitud de liderazgo, sin considerar que también sea capaz de realizar la gestión necesaria para desempeñar se, lo cual beneficia a que predomine un espíritu constructivo y libre de arrogancias por parte de la cúpula de las empresas.
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Son muchos los retos inherentes a estos puestos (por ejemplo: conservar la competitividad; alcanzar las metas corporativas; consolidar el orden en la estructura orgánica y el personal; atraer talento que contribuya a la productividad, entre otros), y en la realidad, materializar estos requerimientos no es tan simple, o bien, en ocasiones esas funciones antagonizan.
Es en este ámbito en donde debe resaltar la virtud de la gestión que requiere efectuar un ejercicio de reflexión.
Según Jonathan Gosling y Henry Mintzberg en el tema Las cinco mentes del ejecutivo, este último debe pasar del terreno de la abstracción al de las acciones. Ello conlleva que estos profesionales piensen en trabajar de forma colaborativa porque no pueden actuar solos.
Los directivos de las empresas deben cuidar que también se evoluciona si cultivan sus virtudes intelectuales y los pensamientos críticos y abstractos, pues a pesar de tener conocimientos técnicos o especializados aquellas les ayuda a enfrentar sus desafíos.
Las dinámicas reflexivas, lo acercan a lo humano, y en este ámbito, es en donde entran sus relaciones de tipo laboral.