La degradación de la calificación de los EEUU, durante agosto, marca un parte aguas sin precedentes en la historia económica reciente, lo cual da lugar a muchas interpretaciones sobre lo que puede significar para las economías emergentes o satélites, como es el caso de la economía mexicana.
El efecto que tuvo la degradación fue en algunos casos, inmediato; las bolsas de valores han estado sumamente nerviosas reportando bajas y altas muy pronunciadas, sin dar un aviso claro de cuál debe ser la tendencia del futuro. El Dow Jones reportó una caída de más de 450 puntos en la semana antepasada, y representa un descenso de más de 620 puntos después de que se detuvo su operatividad cuando cayó 1.6% el viernes antepasado, cerrando en 10,817 puntos. Con ello, los inversionistas se han refugiado en inversiones más seguras como bonos o el mismo efectivo, y los metales preciosos han tenido repuntes significativos.
Con este escenario, ya se siente una desaceleración en la actividad industrial y este impacto puede ser algo coyuntural que nos afecte en el porcentaje de crecimiento del PIB, o bien que se trate de una crisis financiera que pueda ser más prolongada y nos arrastre a varios años de recesión, pues nuestro principal mercado no podrá empujarnos con las importaciones de bienes y manufacturas mexicanas. Baste con señalar que actualmente el 29% del PIB está representado por las exportaciones, de las cuales, el 80% son destinadas a nuestro vecino del norte.
En cualquier caso, nuestra economía va normalmente desfasada de los efectos de la economía americana entre seis y nueve meses, por lo que aún los niveles de confianza de los consumidores se muestran altos.
Los pronósticos para el crecimiento del PIB actualmente se centran en un 4.10% lo que muestra una disminución en los empleos proyectados de 620,000 a 614,000 nuevos empleos.
